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Hay un hombre en mi sopa.


– Muy buenas tardes, mi nombre es Andrés y estoy aquí para servirle, si necesita el precio de algún artículo no dude en preguntar, tenemos promoción en toda la línea de electrodomésticos.
No lo veas. Me digo a mí misma, pero la curiosidad gana y no puedo evitarlo, quito la vista de la prensa francesa que pensaba en comprar y veo un joven de unos veintitantos con una blanca sonrisa y un problemita de acné pero de igual forma, bien parecido.
Así ha ido mi día, todo empezó con el instructor de spinning: Andrés; seguido de Andy, el chico de la mensajería de la oficina; y de Andrea, el arquitecto italiano que está de visita en el edificio de enfrente.
Sólo tengo a Claudia para culpar por todo esto, si no se hubiera comprometido con el amor de su vida y yo no le hubiera dicho que no llevaría a nadie a la boda, no se habría dado a la misión de buscarme a alguien porque:
– Hay alguien para cada quien y – Dijimos que escogeríamos nuestros vestidos de novia juntas– y – Si no llevas a nadie te voy a tener que poner en la mesa de los que sobran y mi primo Mario va a estar ahí.
Nadie quiere terminar en la misma mesa que el primo Mario; por cuestiones de higiene, entre otras.
– Es muy sencillo, a mi abuela le funcionó con el abuelo y no te lo había dicho antes pero a mí me pasó lo mismo con Beto.
Había escuchado de la lectura del tarot, de las gitanas que te leen la mano o las señoras que te dan una vela para atraer el amor y no, yo no estaba tan desesperada; le dije a mi mejor amiga que no quería nada de eso, que estaría bien y que no era tan malo compartir la mesa con el primo Mario.
– Sólo ven a comer a mi casa mañana y ya verás.
El menú del día siguiente era sopa de letras, y nada más.
Deja un poquito de sopa al final.
– ¿Vas a leer mi sopa?
– Voy a leer el nombre de tu futuro marido sí, en tu sopa, pero lo mismo hace la gente con el té. 
Y así fue como el gran descubrimiento se dio.
– Ahí, no dice nada.
– Claro que si, está muy claro, ahora acábate tu sopa y dentro de muy poco encontrarás a tu Andrés.
Dentro de muy poco fue al día siguiente, a lo mejor no me había dado cuenta antes pero he llegado a la conclusión de que Andrés es un nombre muy común en el mundo, tan común que mi día ha estado lleno de todo tipo de hombres con ese nombre en específico, era eso o la sopa que me comí tenía algo y Claudia tendrá que pagar la cuenta del doctor, o del psiquiátrico.
Eso tiene que ser, solo me estoy sugestionando, la sopa no es mágica y el chico al que le acabo de comprar el horno tostador que venía en promoción con la prensa francesa no puede ser mi potencial marido, ¿a quién le importa el marido? A mí, y a ti te debería de importar. Dice la voz de mi madre en mi cabeza. Pensándolo mejor, ver a un terapeuta no estaría tan mal.
– Quiero que deshagas el hechizo, o lo que sea que me diste en esa sopa.
– Amiga yo no hice nada, es el destino.
– Siete, siete Andréses he conocido hoy y no pienso encontrarme con uno más.
– Si te sirve de consuelo mi mamá me dijo que en su sopa decía Paco y mi papá se llama Arnulfo, así que no siempre funciona, solo olvídalo y no te preocupes por el primo Mario, dijo que le dio una rara alergia en la piel y que no puede ir a la boda.
Y a lo mejor Paco es un diminutivo de Arnulfo en algún lugar del mundo porque el día de la boda de Claudia conocí a alguien, no escuché su nombre en medio del ruido del baile y no me importó, solo que la pasé bien.
Vi que bailaste con mi primo Humberto.
– Pues si, pero no te hagas ideas.
– Yo no me hago ideas, es la sopa que lo predijo a él.
– ¿A quién?
– A Humberto, Andrés Humberto.
La mamá de Claudia tiene mucho que explicar.

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